Fotografías de Regina, desde bebé hasta los 17 años:
Fotografías publicadas en el periódico «La Jornada«, el día jueves 11 de febrero de 1993, en el artículo de Elena Poniatowska donde sostiene una plática con la hermana mayor, María Luisa Teuscher.
Con su madre…
De 9 años…
Regina Marietta a la derecha…
A los 16 años, tres antes de su muerte…
El artículo completo de Elena Poniatowska, titulado «REGINA«:
Regina en la playa escuchando a un caracol, Regina entre las flores, Regina en fotos de ovalito, el pelo ondulado y el uniforme del Colegio Alemán; Regina vestida de baile, juncal su cinturita; Regina muerta de risa, su rostro fresco unos meses antes de ser asesinada.
«Para nosotros no es Regina, siempre la llamamos Marietta. Mire, aquí está su acta de nacimiento». Su madre murió cuando Ana María Regina tenía ocho años y María Luisa, diez. La mayor se casó muy joven y Marietta se refugió en la menor, María Teresa, quien fue por lo tanto la más dañada por su muerte. Las dos niñas se protegían ante el padre de hierro, Pablo Teuscher Cortés, médico de profesión y educador intransigente, como buen alemán.
El 2 de octubre de 1968, Regina de 19 añitos pidió permiso para ir con su amiga Guillermina al cine Metropolitan a ver Nacidos para perder, la película de moda. Se fue con su uniforme a rayas, los cinco círculos en el pecho. Hacía algunas semanas, Regina-Marietta había sido aceptada como edecán de los juegos Olímpicos, adscrita a la delegación suiza. Era también estudiante de la Facultad de Medicina de la UNAM y, como la inmensa mayoría de los jóvenes, se contagió con el ardor del Movimiento Estudiantil. Nada dijo en su casa, su padre la habría encerrado. «No, Marietta, no te inmiscuyas, no me hagas que vuelva a castigarte». El 7 de agosto, durante la cena de cumpleaños de María Luisa, el doctor Teuscher había dicho: «A todos esos revoltosos los deberían encerrar». La doctora Riverol, amiga de la familia, le advirtió: «Ay Pablo, ¿cómo puedes hablar así? Tú tienes hijos universitarios». Él respondió: «Yo sé dónde andan mis hijos».
Aquella tarde Regina no fue al cine sino a la Plaza de las Tres Culturas con Guillermina Kolkmeyer que fue quien, pasadas las 10 de la noche, avisó a la casa de Tacubaya: «Estoy en la Cruz Roja herida de una pierna. Perdí a Marietta. Búsquenla». Eran amigas de infancia y compartían ideales y rebeldías, muy mal vistas por el doctor Pablo Teuscher Cortés. Decían que iban a ser investigadoras, meseras, monjas. Regina, en ese momento, tenía novio desde hace un año: Augusto Gargari, y como a ella le gustaban las magnolias, él se subía al árbol para bajárselas.
Toda la familia Teuscher salió, cada uno por su lado, en una infernal expedición por las Cruces, los hospitales, puestos de socorro, anfiteatros, hasta culminar en la Tercera Delegación, la de Rayón, donde Pablo Teuscher Kruger, participante también del movimiento, indentificó la frágil figura de su hermana entre centenares de cadáveres apilados. En su espalda, seis tiros de arma calibre 45. Regina debió echar a correr como lo hicieron todos, según mostró aquella noche el noticiario de Excélsior en el Canal 2 en una imagen fugaz que María Luisa y Elmar alcanzaron a ver sin imaginar jamás que entre esos miles de despavoridos se encontraba Marietta. Tampoco podían imaginar que 20 años después Ana María Regina Teuscher sería convertida en santa, en dakini, en un ser celestial, una iluminada, una elegida de acuerdo con las alucinaciones de un abogado empresarial metido a gurú: Antonio Velasco Piña.
María Luisa Teuscher quedó estupefacta cuando, a su llegada a la Casa de la Cultura Reyes Heroles, vio al público entrar en trance ante la sola mención del nombre de la hermana. Los brazos al cielo, los ojos en blanco, el nirvana en el círculo celeste más a la mano, los fieles de Regina la invocaban como a la Reina de México. Temblaban, sudaban, ella los creyó bajo el efecto de algún psicotrópico. Lejos de amedentrarse, el coraje de María Luisa creció y estalló. Yo, en cambio, me alegro de no haberlos visto porque carezco de ese valor y a lo mejor no me hubiera atrevido a decir lo que dije. Malú, como la llaman sus amigos, heredó el temeperamento de su padre. También lo heredó Marietta, que a veces lo desobedecía sin temor al castigo.
Existen complejos fenómenos psicológicos que llevan a una persona a creer sus propias fantasías. Por alguna razón desconocida, Velasco Piña se obsesionó con la figura de la bella edecán ensangrentada cuya foto apareció, desplegada a dos planas enteras, en la revista Siempre! . Averiguó, buscó su nombre y apellido que los periódicos citaron de forma incorrecta: Teucher. Quiso que aquella joven hubiera nacido con el inicio de la era de Acuario, el 21 de marzo de 1948, y que por tanto fuera depositaria de mágicos poderes. Le inventó un pasado en el Tíbet, un nacimiento similar al de Cristo pero en la confluencia del Popocatépetl y el Iztlacíhuatl y una condición mesiánica que la llevó a ofrendar su vida en la noche de Tlaltelolco.
Estamos a punto de que los mantra entren a la lista del Hit Parade, de que el incienso desplace a los aerosoles para perfumar el ambiente, de que los faquires den dietas por televisión. Para alquien que quiere vender, nada mejor que inventarse una figura sagrada: una pizca de hinduismo, otra de cultura nahuatl, y una más de astrología y el éxito está asegurado. Según los astrólogos, antes y después del 2 de febrero el inconsciente se volvería consciente dada la cuadratura entre Neptuno y Urano. Tal vez Velasco Piña no checó bien sus datos porque eligió mal día para presentar su Retorno de lo sagrado.
El Yoga es una práctica admirable que le ha hecho bien a un número infinito de personas. Indra Devi es todavía una fuerza lúcida y apapachadora que a todos abraza e infunde ánimo. Gurumayi tiene en México una gran cantidad de seguidores . Sai Baba también, y Gurugita. Personalmente siento respeto y admiración por José Gordon a quien observé meditar en un auténtico estado de abstracción y a cuyo centro acudí para arrodillarme ante un barbudito rodeado de flores blancas en medio del aroma embriagante. Tuve mucho afecto por el gran guía en México de la Gran Fraterndiad Universal, un anciano impoluto todo vestido de blanco, y por las hermanas Elsa y Alma Rosa Aguirre que hacen ejercicios de yoga mientras pasan la aspiradora. Como todos, creo en la suerte, en los amuletos, y jamás pasaría debajo de una escalera ni mataría una araña aunque en la casa tengo un gato negro. El peligro es clavarse. Se pueden llegar a extremos como el que vemos ahora: transformar a una niña como Regina Teuscher en algo que no fue y que su familia tampoco quiere que sea: «El 68 dejó en toda nuestra familia una herida, el tiempo la cerró pero ahora han vuelto a abrirla y está llena de pus», dice María Luisa y agacha la mirada. Para el doctor Teuscher, Marietta es un tema tabú desde el 2 de octubre en que derramó todas sus lágrimas por ella y dijo: «No la supe cuidar». Esta es la respuesta a la pregunta reiterada a María Luisa: «¿Porqué protestan hasta ahora?». No han leído un solo libro sobre el 68; les resulta demasiado doloroso.
Casi 25 años después de aquella masacre, veo en el joven rostro de Luis Enrique (reportero) el horror ante lo que no le tocó vivir. Apunta tembloroso. Él, que de todo se ríe, muestra una expresión sombría. No prueba bocado mientras los Vomend Teuscher se afanan en torno nuestro. La hija Marion igual: a sus 21 años, lo sucedido le resulta incomprensible. Un cuarto de siglo no ha sido suficiente para lavar la sangre. Todo sigue vivo. Luis Enrique pregunta incrédulo y en sus ojos atisbo la gran interrogante sin respuesta: ¿Por qué?
Texto: Elena Poniatowska. Fotos: Carlos Cisneros. La Jornada, sección Cultura, jueves 11 de febrero de 1993.
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